Ayer paseando perdido por los otros mundos de mi librería favorita, Altaïr, me topé por sorpresa con la portada de este libro y con una fotografía de un amanecer en la Cala Rovira, un lugar de la Costa Brava tremendamente familiar para mi.
Resulta curioso como alguien ha elegido ese pequeño rinconcito entre los cientos de kilómetros de costa. Quizás a ese alguien le ate alguna cosa más que una bonita imagen de postal, no lo sé, me pregunto si ese lugar le traerá los mismos recuerdos que me vienen a mi a la memoria al ver esa playa.
Hablar de Cala Rovira es hablar de media vida... de experiencias... del paso del tiempo...
Por esa pequeña lengua de agua, dos grumetes, mi hermano y yo, ayudábamos a mi padre a encaminar la barca hacia el mar, a primera hora de la mañana, antes de que la playa se llenara de gente ya teníamos en marcha nuestro pequeño motor Yamaha para bordear las playas contiguas. Una decena de gamberros solíamos escalar esas rocas día si, día también, saltando desde lo más alto, midiendo nuestra valentía, creyéndonos superhéroes con nuestros bañadores de slip, igualitos a los calzones de superman. Entre esas rocas atrapábamos cangrejos con nuestras redes, que guardábamos en chillones cubos de plástico como trofeos vivientes junto a morados erizos y minúsculos peces atigrados. Esas rocas han sido testigo de miradas en la oscuridad, de mariposas en el estómago, de primerizos e inocentes besos, de noches de sexo, de inconsciente locura, de risas con los amigos, de borracheras baratas, de dulces sangrías en vaso de plástico, bailes de radiocassete a pilas, de nocturnas carreras de culos todos corriendo con los pantalones por la rodilla hasta que caíamos al suelo, de baños desnudos bajo la luz de la luna al volver de la discoteca... hasta la llegada de una nueva luz, de un nuevo día... mañanas de resaca bajo un sol abrasador con la cabeza a punto de estallar... gafas oscuras, pieles tostadas. En esa playa vi a Emma con vida por última vez.
Ese rinconcito ha sido testigo de infinidad de momentos alegres... y de soledad, de encuentros conmigo mismo, de recogimiento, de intimidad interrumpida por el vuelo de las gaviotas, de calma, de silencio roto por las olas, de confidencias al mar, sentado en la gruesa arena, cruzando los brazos sobre mis rodillas, perdiendo la vista en el horizonte, dándole vueltas a mi vida, a mi existencia.
Batallas internas... mis tormentas...
Siempre he pedido que el día en que muera, mis cenizas vuelen y se esparzan en ese lugar, que desaparezcan disueltas en ese trocito de mar. Solo pido eso... y que suene Sacrifice de Lisa Gerrard.
Os dejo esta otra fotografía que hice hará ya tiempo, esta vez de un atardecer, probablemente en uno de esos momentos en los que necesitaba paz.
Cala Rovira. Mañana estaré allí, una vez más.
Una pequeña cala con encanto. Sobre todo, si como es tu caso, al final encierra toda una vida. Te estoy escribiendo esto escuchando ese Sacrifice que has nombrado y que desconocía por completo. Que cantidad de maravillas musicales hay que desconozco.
ResponderEliminarUna despedida del mundo la que has elegido por todo lo alto.
Esa alcachofa tuya cuando se pone a escribir lo hace siempre a lo grande. ;)
Pásalo muy bien este finde y trae un poquito de Cala Rovira para los que no tenemos la suerte de disfrutar del mar.
Petonets.
...que ganas de saltar al mar me dieron!! tengo ya el mono me de meterme en remojo... :)
ResponderEliminarmono? yo lo tengo de verlo, olerlo, oirlo y bueno, de remojarme también pero me conformaría con poder verlo. a veces pienso que en otra vida tuve que vivir al lado del mar porque si no, no lo entiendo. :)
ResponderEliminaron és aquesta Cala tan maca?? no la conec... està per Platja d'Aro o Tossa, es que jo conec més la Costa Brava de dalt de tot... és preciosa!
ResponderEliminarno ets l'unic que et perds per l'Altair, jo hi vaig setmana si setmana no... quant tinc una estoneta lliure vaig a investigar per les estanteries... viatges mentalment mirant els llibres...